martes, 13 de agosto de 2013

El Mburuvicha

Una nueva etapa política comienza en Paraguay y deberíamos preguntarnos cuánto nos involucramos para que este gobierno asuma y qué tipo de cambio deseamos tanto los que votaron por Cartes, los que dicen no haberlo votado pero a la postre confían en él, los que lo repudian y hasta los que ignoran sus propios deseos. Si bien el voto es decisivo, no es lo esencial; aquí es donde falta el trabajo que ningún gobierno hizo: crear bases de educación política para generar capacidad común de desarrollo.
La mayoría de las personas ya no confía en las instituciones políticas actuales, porque los intereses personales y grupales han hecho de ellas un antro de propagación de males, un “premio gordo” para unos cuántos que se arreglan la vida robando, sin el más mínimo temor a que en algún momento se les obligue a devolver lo que no les pertenece; totalmente relajados, estos delincuentes hasta reciben condecoraciones. Magnates politiqueros construyen mansiones, aumentan sus propiedades, se van de vacaciones donde quieren, mandan a sus hijos a estudiar a las mejores universidades del mundo, mantienen amantes y hacen rekutu. Esto es lo que las personas honestas no quieren más.
Jóvenes de la ANR proponen “coloradizar” el país durante estos días; olvidándose de que la ética de su partido sigue anémica, sus más fanáticos afiliados postean frases como: “Volvemos al poder, reviente quien reviente”. Por su parte, los demás partidos, alianzas y movimientos solo echan más rencillas y disputa de intereses. Mucho polvo para sacudir del escritorio en Mburuvicha Róga. Por cierto, el presidente electo debería tomar en consideración la opinión virtual que se vierte acerca de sus futuros ministros.
Horacio Cartes no maneja el discurso con habilidad, no es su fuerte la palabra, pero los que lo califican de exitoso empresario aseguran fervientemente que sin hablar puede manejar el país mejor que sus antecesores.
El pueblo no puede quedarse dormido, el desafío es romper la inercia y participar políticamente –aun a nuestro lentísimo paso– y trabajar por el bien común. En charla informal, un jurista decía: “El paraguayo no tiene conciencia del bien común, solo busca su propio beneficio; por eso no logramos respetarnos mínimamente ni desarrollarnos”. Es cierto, pero no olvidemos que la mayoría no participa de la vida cívica.
Tal como la gente reclama más políticas educativas, también hemos de exigir educación política, que no significa ideológica (salvo en su inicial sentido como generadora de ideas), sabiendo que educándonos en la comprensión y crítica del sistema que nos rige controlamos y devaluamos el deseo de eternidad de los grupos dominantes. Muchos fieles se enojan cuando en la iglesia el sacerdote habla de política, también se molestan si en el colegio algún osado profesor explica los juegos políticos, el comerciante dice que para no perder clientes no hay que hablar de temas partidarios. ¿Dónde se aprenden los conceptos básicos sociopolíticos para la lucha diaria? En pocos hogares se conversa y en muchos grupos sociales se neutraliza.
El deseo honrado reza que todas las familias tengan acceso a la canasta básica de alimentos, vivienda, salud, educación, a un plus para esparcimiento y ahorro; que los servicios públicos se renueven por completo, que se achique el Estado, saneamiento de los tres Poderes, que exista una real comunicación entre las instituciones. Que nos deshagamos de la facilidad y brutalidad que tenemos para condenar al más débil, aprendiendo a analizar las causas de nuestra dolorosa realidad. Vaya si hay trabajo para el Mburuvicha. Esta semana, el gobierno no pertenece a los partidos ni a los políticos; lo iniciamos todos.

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