viernes, 27 de septiembre de 2013

¿Generamos inteligencia?

No es un dato desconocido que la investigación científica es una actividad casi inexistente en nuestro país, mucho menos si se habla del ámbito universitario, que es donde tendría que ocupar la prioridad en la vanguardia. Ahora, en ocasión de la reciente XII Exposición Tecnológica y Científica de la Facultad Politécnica de la UNA, los estudiantes aprovecharon para reclamar la indispensable atención del Estado, hasta ahora soslayada, de apoyar con mucho mayor cantidad de fondos la ampliación de esta parte esencial de la formación profesional de nivel terciario. Mientras tanto, estudiantes de una localidad del Ñeembucú pidieron que se les ayude con la provisión de textos para formar una biblioteca. ¡Tan solo una biblioteca! ¿Cuántos jóvenes del interior terminan sus ciclos académicos y reciben su diploma sin haber tenido acceso jamás a una biblioteca? El Estado tiene una colosal tarea que cumplir en este aspecto.

No es un dato desconocido que la investigación científica es una actividad casi inexistente en nuestro país, mucho menos si se habla del ámbito universitario, que es donde tendría que ocupar la prioridad en la vanguardia. Solamente en dos o tres universidades hay laboratorios dedicados a la actividad científica investigativa, y los que hay son de nivel elemental, manifestado reiteradas veces por sus mismos directores y practicantes.

Ahora, en ocasión de celebrarse la XII Exposición Tecnológica y Científica de la Facultad Politécnica de la Universidad Nacional, los estudiantes aprovechan la oportunidad para reclamar la indispensable atención del Estado, hasta ahora soslayada, de apoyar con mucho mayor cantidad de fondos la ampliación de esta parte esencial de la formación profesional de nivel terciario.

Pero hay que entender que la investigación científica que se realiza en el ámbito universitario no solamente aprovecha a los estudiantes y a sus docentes, ya que en los muchos países desarrollados que la sostienen e incentivan llega a constituirse en una de las principales, si no la fundamental, fuentes de nuevas tecnologías para el desarrollo y el bienestar social, además de proporcionar valiosísimos aportes técnicos para potenciar las actividades económicas en general.

En nuestro país no existe ninguna empresa o actividad económica organizada y próspera que pueda procurarse la información científica que requiere de fuentes universitarias locales. Casi todas las patentes industriales, la información actualizada, las nuevas tecnologías, hay que buscar y adquirir en el extranjero. Ni para desarrollar y modernizar la actividad agropecuaria, a la que la mayoría de los habitantes de este país se dedican hace casi cinco siglos, disponemos de los centros de investigación adecuados y los investigadores necesarios.

¿Cuánto dinero se ahorraría el país si pudiéramos generar siquiera la cuarta parte de la información científica y de las patentes tecnológicas que requerimos para trabajar en un nivel de competitividad pareja con otros países en vías de desarrollo? No hace falta calcularlo.

Pero así es: todo el dinero que el Estado, las universidades y hasta las empresas particulares inviertan en laboratorios y talleres de este tipo se vería ampliamente recuperado, con creces, por el ahorro y la generación de ganancias genuinas, sin olvidar el formidable servicio que se da a la educación y a la calificación personal de profesionales nacionales.

En muchos medios de comunicación masiva, en numerosos países, suelen leerse avisos que reclaman cosas así como “¿Tienes una idea empresarial y no sabes cómo llevarla a la práctica? Contacta con nosotros…”. O “¿Tienes un invento o diseño industrial novedoso pero careces de capital para desarrollarlo? Tráenos y te aportamos el capital”. Esto mismo es lo que las universidades deberían estar haciendo, ofreciendo y aportando ideas, proyectos, diseños y patentes de invención al sector productivo de la sociedad, para que, junto al aporte financiero y la organización de la producción, se conforme el dinámico ensamblaje de las iniciativas desarrollistas que más éxito tuvieron en los últimos dos siglos de historia humana.

Pero nuestra política educacional estatal para el nivel técnico, de la enseñanza secundaria y terciaria, consiste apenas en limitarse a proveer aulas más o menos adecuadas y los medios teóricos para el aprendizaje, y aun en esto, con grandes deficiencias. No hay fondos públicos ni privados para laboratorios y talleres de estudio y experimentación, para contratación de profesores especiales de tiempo completo, para adquisición de equipos e insumos, para integrar un sistema de intercambios regionales de información ni para la generación de patentes de invención de utilidad práctica inmediata, dirigidas a satisfacer las exigencias más elementales del desarrollo económico local.

Y esto en la capital y sus alrededores, porque, por citar un caso actual aparecido en la prensa, los estudiantes de una localidad del departamento de Ñeembucú se encuentran solicitando que se les ayude con la provisión de textos para formar una biblioteca. ¡Tan solamente una biblioteca! ¿Cuántos pueblos del interior, cuántos jóvenes habrá en esos lugares que terminan sus ciclos académicos y reciben un diploma sin haber tenido jamás acceso a una biblioteca siquiera pequeña? Es un dato tan real como dramático.

El Estado tiene enfrente una colosal tarea que cumplir en este aspecto. Cada año que demore postergando la asunción de esta grave necesidad, serán diez años de atraso en comparación con países vecinos, y quién dice que no décadas, y hasta siglos, con relación al mundo desarrollado.

Debe entenderse que el atraso en materia de generación de inteligencia es aún peor que la del económico, por cuanto constituye una de las causas principales de la indignante pobreza que agobia al país.

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