lunes, 8 de julio de 2013

Libertad y responsabilidad al hablar

Algo viene torcido en nuestras raíces y sospecho que está íntimamente ligado a la educación que nos imparten en las familias y en las escuelas. Y es probable que sea la misma educación que seguimos impartiendo a nuestros hijos: la impresionante “habilidad” de atacar aún más a los que son víctimas.

Ante un hecho de violencia sexual (no importa qué tan rica o pobre sea la víctima), ante los atropellos, las desventuras, las tragedias o las desgracias, todos ensayamos un folclórico “por algo habrá sido”. Es una suerte de terapia colectiva en la que intentamos aminorar culpas propias lavando las que tenemos como sociedad al permitir, tolerar o convivir –sin ruborizarnos– con determinadas situaciones.

Cuando violan a una mujer, “¡quien sabe cómo habrá estado vestida!”; cuando matan en la calle a un joven caminando, “¿qué hacía fuera de su casa?”; cuando asaltan a una joven en la vía pública, “¡quien sabe qué hacía por ese lugar y a esa hora!”. Cuando muere un motociclista, “seguro venía sin luz”; si hubo un acuchillado después de un partido, “quien sabe qué habrá hecho antes”; y si muelen a palos a un adolescente a la salida de la discoteca, “quien sabe qué habrá estado tomando”.

¿Le suena conocido? Hace un par de meses un chiquito murió aplastado, en la calle, cuando iba al cole con su hermanito mayor. Me tocó leer la peor de las sandeces en las redes sociales: “Qué clase de padre deja ir a sus hijos solos al colegio?”: ¡un padre pobre, señores! Padres albañiles que no pueden dejar la obra para ir de la mano con sus niños a la escuela porque el capataz no les deja, madres cocineras de casas ajenas que no consiguen permiso para salir, familias humildes sin plata ni para el ómnibus y menos para un transporte escolar.

En ABC Digital subimos el informe sobre la violación del caso Centenario y me llamó poderosamente la atención un comentario que insertaron abajo de él: “Nena, ¿dónde estaban tus padres a la medianoche?”.

Pensé en la nena, pensé en los padres, y me invadió una oleada de rabia como mamá y mujer. Me provocó contestarle que la nena debería poder estar en cualquier parte de su país, sana y salva. Que si sus padres no pueden estar tranquilos con su hija disfrutando un cumpleaños en un club social del más refinado abolengo, estamos mal. Que si las 00:30 es un mal horario para compartir con amigos, estamos mal. Que cualquier ser humano debería poder estar donde quiere y cuando quiere, y a la hora que quiere, y no debería ser violentado.

Pareciera que dentro de cada uno de nosotros subsiste un experto y sobrador opinólogo que todo lo sabe, cuyas hipótesis no admiten discusiones y cuyas sentencias no conocen de apelaciones. Cada uno de nosotros tiene un árbitro, un juez, un abogado, un doctor y un científico listo para emitir con toda suficiencia sus enunciados y reparos, listos para opinar, juzgar y condenar.

Esta libertad es maravillosa… hasta que nos toca a nosotros ser blancos del disparate. Cuando sufrimos tragedias en carne propia y nadie se compadece, cuando en vez de público somos actores del mismo show del que antes nos reíamos.

Estaría bueno hacer uso de la libertad con más responsabilidad. Mañana las víctimas podemos ser nosotros y, créanme, no da gusto estar rodeado de jueces y sin ningún abogado mientras las hienas se reparten nuestros pedazos.

Por Mabel Rehnfeldt

http://www.abc.com.py/edicion-impresa/opinion/por-algo-habra-sido-592729.htmls"

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